El presente tema trata sobre los gobiernos del PRD, De los tres gobiernos del PRD, el único que recibe una evaluación positiva en las encuestas de opinión pública es el de Antonio Guzmán (1978-1982). Los de Salvador Jorge Blanco (1982-1986) e Hipólito Mejía (2000-2004) registran las peores evaluaciones de los diversos gobiernos dominicanos democráticamente elegidos. Este fardo explica las derrotas en las elecciones presidenciales de 2004 y 2008, y en las legislativas y municipales de 2006. Los problemas tienen orígenes distintos pero se vinculan: uno es de origen partidario y el otro, gubernamental.
Una
vez en el gobierno, Mejía desarrolló una estrategia de subordinación partidaria
basada en la inserción clientelista de las distintas facciones internas. Mejía
carecía de grandes ideas políticas pero, gracias a la distribución clientelar
de posiciones y recursos, evitó que las luchas internas consumieran su gestión,
como les había ocurrido a Antonio Guzmán y a Salvador Jorge Blanco. Su
estrategia, sin embargo, hipotecó casi todo el liderazgo perredista.
En
oposición al discurso institucionalista desplegado durante la campaña, Mejía
descansó en la distribución de poder y recursos. Primero lo hizo dentro del
partido, repartiendo cargos directivos sin tener en cuenta los mecanismos
institucionales; y luego en el gobierno, a través del nombramiento de amigos y
adversarios partidarios en cargos públicos. Así, se crearon feudos políticos en
la administración pública ocupados por los dirigentes del PRD.
El PRD en el gobierno
De
los tres gobiernos del PRD, el único que recibe una evaluación positiva en las
encuestas de opinión pública es el de Antonio Guzmán (1978-1982). Los de
Salvador Jorge Blanco (1982-1986) e Hipólito Mejía (2000-2004) registran las
peores evaluaciones de los diversos gobiernos dominicanos democráticamente
elegidos. Este fardo explica las derrotas en las elecciones presidenciales de
2004 y 2008, y en las legislativas y municipales de 2006. Los problemas tienen
orígenes distintos pero se vinculan: uno es de origen partidario y el otro,
gubernamental.
En
lo partidario, el PRD se ha caracterizado por la fuerte competencia de
liderazgos (el llamado «grupismo»), que nunca ha encontrado canales
institucionales adecuados para encauzarse. Aunque fue el primer partido
dominicano en realizar elecciones internas, los perdedores y ganadores quedaban
enfrentados, y los tres primeros procesos electorales (1978, 1982 y 1986)
quedaron marcados por fuertes disputas intrapartidarias que afectaron
negativamente el funcionamiento de los gobiernos perredeístas y las
posibilidades electorales.
En
cuanto a la gestión gubernamental, los gobiernos del PRD han coincidido con
momentos de fuertes crisis económicas que, a pesar de tener causas distintas,
han tenido manifestaciones similares: inflación, devaluación de la moneda y
endeudamiento externo.
En
los primeros dos gobiernos perredeístas (el de Antonio Guzmán, 1978-1982, y el
de Salvador Jorge Blanco, 1982-1986) se lograron avances democráticos
importantes. Se creó un ambiente de tolerancia y protección de los derechos
políticos, se afianzaron los procesos electorales y se profundizó la
desmilitarización de la política. En este periodo, se adiestraron también en la
confrontación y negociación distintos grupos sociales, sobre todo empresariales
y sindicales. Pero la crisis económica de principios de los 80 y la
proliferación del clientelismo impidieron avanzar en el proceso amplio de
redistribución de riqueza prometido por el PRD en sus campañas y esperado por
amplios sectores de la población dominicana.
En
el contexto de deterioro económico de aquella época, la percepción de un incremento
en la corrupción gubernamental, unida a las luchas de facciones, produjo un
fuerte descontento social. El resultado fue una pérdida de apoyo político. El
porcentaje de votos obtenido por el PRD (con alianzas) bajó de 53% en 1978 a
39% en 1986, al final de la presidencia de Blanco. Este declive electoral
contribuyó al triunfo de Balaguer en las elecciones de 1986, con 40,5% de los
votos. Asimismo, la impopularidad del PRD benefició al Partido de la Liberación
Dominicana (PLD), creado por Juan Bosch luego de abandonar el perredeísmo en
1973.
Así,
quedó establecido el tripartidismo en la política dominicana. Cada una de las
grandes fuerzas contaba con su líder carismático, que proveía ideología, estilo
de liderazgo y base social de apoyo: Balaguer en el Partido Reformista Social
Cristiano (PRSC), Bosch en el PLD y Peña Gómez en el PRD. Pero pese a contar
con un líder indiscutible en la figura de Peña Gómez, el PRD no resolvió los
conflictos internos ni afianzó la institucionalidad partidaria para estructurarlos.
Simplemente, encubrió los problemas bajo el paraguas directivo de Peña Gómez.
Los
esfuerzos de Balaguer por impedir que Peña llegara al poder en las elecciones
de 1994 y 1996 dieron resultados. En esta última ocasión, el PRSC cerró una
alianza con el PLD –denominada Frente Patriótico– que llevó a Leonel Fernández
a la Presidencia. Pero estos esfuerzos generaron también un creciente
descontento en amplios sectores sociales, muchos de los cuales se volcaron a
favor del PRD en los comicios legislativos y municipales de 1998 y en los
presidenciales de 2000. En ambas ocasiones, con Peña Gómez ya muerto, el PRD
alcanzó la victoria. Hipólito Mejía, ex-compañero de fórmula de Peña Gómez, se
impuso en los comicios de 2000 y el PRD retornó al poder.
El
gobierno de Hipólito Mejía: del éxito posible al derrumbe
Una
vez en el gobierno, Mejía desarrolló una estrategia de subordinación partidaria
basada en la inserción clientelista de las distintas facciones internas. Mejía
carecía de grandes ideas políticas pero, gracias a la distribución clientelar
de posiciones y recursos, evitó que las luchas internas consumieran su gestión,
como les había ocurrido a Antonio Guzmán y a Salvador Jorge Blanco. Su
estrategia, sin embargo, hipotecó casi todo el liderazgo perredeísta.
En
oposición al discurso institucionalista desplegado durante la campaña, Mejía
descansó en la distribución de poder y recursos. Primero lo hizo dentro del
partido, repartiendo cargos directivos sin tener en cuenta los mecanismos
institucionales; y luego en el gobierno, a través del nombramiento de amigos y
adversarios partidarios en cargos públicos. Así, se crearon feudos políticos en
la administración pública ocupados por los dirigentes del PRD.
En
ese proceso de distribución de cargos y aumento de la «empleomanía» estatal, se
abandonó el proyecto de mejoramiento de la administración pública iniciado por
el gobierno del PLD en 1996-2000, y que también había prometido el PRD en la
campaña. En cuanto al estilo, Mejía reemplazó el intelecto político de Peña
Gómez con una jocosidad que encantó, en un principio, a un amplio segmento de
la población. Pero con el paso del tiempo y la agudización de la crisis
económica su discurso pasó de jocoso a irritante y la población no perredeísta,
sumida en la recesión, se sintió excluida del reparto clientelar.
El
sistema casi autocrático que impuso Mejía, costoso y riesgoso para el PRD,
marcó las relaciones de poder dentro del partido y del Estado. Se produjo un
desenfrenado intento de sacar provecho inmediato de los recursos públicos, se
incrementaron el endeudamiento y el gasto público y, como resultado, se generó
una situación de inflación, devaluación e incertidumbre económica. El momento
coincidió con la quiebra de tres bancos privados, incluido uno de los principales
del país, el Banco Intercontinental. Los depositantes, grandes y pequeños,
fueron rescatados por el gobierno mediante una inyección masiva de dinero, lo
que aceleró la devaluación y la inflación.
Mejía
había llegado al poder con casi 50% de los votos, apoyado por un partido de
gran arraigo popular, con la misión de profundizar la democracia y el
desarrollo social, con una cómoda mayoría en el Poder Legislativo y en los
gobiernos municipales. La economía se encontraba en una situación estable y
relativamente próspera y los partidos opositores habían salido disminuidos de
las elecciones. ¿Qué pasó? ¿Por qué un proyecto político que podía ser exitoso
se tornó tan frustrante para amplios sectores de la sociedad dominicana?
Sin
dudas, la crisis bancaria empeoró el panorama económico, mientras que la
voluntad de conseguir la reelección explica algunos de los males que han
afectado históricamente a la nación dominicana. Pero hay que mirar otros
asuntos para entender la naturaleza de la crisis que consumió al gobierno del
PRD y al país durante la presidencia de Mejía. Tres factores ayudan a elaborar
una explicación más amplia: la debilidad de las instituciones, la centralidad
del Estado en la acumulación de riqueza y la escasa organización de la
sociedad.
El
primer punto, la debilidad histórica de las instituciones públicas dominicanas,
facilitó, entre otras cosas, que el gobierno estableciera un control desmedido
en la Junta Central Electoral, promoviera la modificación de la Constitución en
2002 para habilitar la reelección, utilizara a las Fuerzas Armadas con fines
políticos, violara las leyes monetarias en el rescate de los depósitos de los
bancos quebrados, realizara una convención amorfa en el PRD para elegir al
candidato presidencial, utilizara los medios de comunicación del quebrado Banco
Intercontinental para promover su proyecto político y lanzara una campaña
electoral sobre la base del uso de los recursos públicos.
Por
otra parte, la centralidad del Estado en la acumulación de riqueza es un factor
de tentación constante. En una sociedad capitalista subdesarrollada como la
dominicana, el Estado es un mecanismo vital de acumulación de riqueza para la
elite económica y política que, sin someterse al esfuerzo competitivo, busca un
enriquecimiento rápido e ilícito. Algo similar ocurre con la formación de
clientelas políticas en las capas medias y en sectores empobrecidos que ofrecen
lealtad a cambio de ayuda gubernamental.
La
debilidad organizativa de la sociedad dominicana también juega un rol
importante. En 2001 se iniciaron los debates en el Congreso para modificar la
Constitución. Con tal fin, el Poder Ejecutivo convocó a las organizaciones de
la sociedad civil para que estudiaran el asunto e hicieran recomendaciones. A
principios de 2002, Mejía recibió un informe de una comisión, nombrada por él e
integrada por representantes de distintas organizaciones sociales, con
propuestas específicas de reforma. Sin embargo, después de obtener la mayoría
en las elecciones legislativas de mayo de 2002, Mejía y los legisladores
perredeístas ignoraron las sugerencias de la comisión y se embarcaron en una
modificación constitucional que apuntaba simplemente a habilitar la reelección.
La reforma fue aprobada fácilmente por el Congreso, con una amplia mayoría
perredeísta, a pesar de que el PRD se había comprometido históricamente con la
no reelección.
En
otros aspectos la gestión presidencial de Mejía tampoco consiguió avances. El
objetivo central del programa de gobierno del PRD era combatir la pobreza.
Mejía recordó que había ganado las elecciones ofertando un programa de gobierno
que, en lo esencial, se centraba en la lucha contra la pobreza y la corrupción.
La consigna de campaña había sido: «PRD. La esperanza de la gente». Sin
embargo, la política económica se basó en un aumento de impuestos y un
incremento del endeudamiento externo y de los gastos corrientes. Esto
contribuyó a crear una crisis económica con dos ejes que empeoraron las
condiciones de vida de casi toda la población: inflación y devaluación de la
moneda.
Las derrotas de 2004 y 2008
Hacia
fines de 2002 la confianza en el gobierno de Mejía comenzaba a debilitarse;
desde principios de 2003, el país entró en un periodo de grave crisis de
confianza. Entre enero y julio, la acelerada devaluación del peso, que pasó de
22 a 35 por cada dólar, potenció el clima de crisis económica, al que se sumó
el ya mencionado escándalo financiero por la quiebra de tres bancos. En 2003,
por primera vez en una década, la economía dominicana entraba en un proceso de
decrecimiento y registraba una caída significativa de las reservas
internacionales.
En
este contexto adverso, el proyecto reeleccionista se afianzó cuando Mejía
anunció que buscaría un nuevo mandato. Esto generó importantes consecuencias
políticas: en principio, profundizó el descrédito ético de los funcionarios
públicos, ya que el presidente había reiterado en numerosas ocasiones que no
buscaría la reelección. Al mismo tiempo, cobró aún más énfasis el clientelismo
como estrategia para mantener cautiva una base social de apoyo. Finalmente, en
un contexto de crisis económica cada vez más grave, se profundizó la crisis
institucional del PRD en torno de la selección de la candidatura presidencial
para las elecciones de 2004: aunque muchos líderes aspiraban a ella, ninguno
pudo competir en igualdad de condiciones con el presidente.
Mejía
diseñó su estrategia política sobre la base del cálculo de que las
instituciones públicas dominicanas eran débiles y manipulables y que la
sociedad era vulnerable a la corrupción y al clientelismo. No estaba del todo
errado. Sin embargo, este plan de extorsión, clientelismo y corrupción encontró
sus límites en la crisis económica, y porque además el bienestar de los grupos
vinculados al gobierno contrastaba con las penurias de la mayoría de la población.
El resultado fue que, en el contexto de dificultades económicas que atravesó el
país en 2003 y 2004, solo permanecieron leales al gobierno aquellos que
conformaban el voto duro del PRD o formaban parte de su clientela política.
Mejía trató de aglutinar a este sector desesperadamente en la campaña
electoral.
A
diferencia de lo que ocurrió en el año 2000, cuando casi todos los vientos
soplaban a favor de Mejía, el escenario de 2004 era adverso por la crisis
económica y porque el PRD no lograba recuperar su tradicional arraigo social,
ni retomar su misión histórica de promover la democracia. En este contexto,
Mejía perdió las elecciones en manos de Leonel Fernández, del PLD.
Dos
años más tarde, empequeñecido electoralmente, el PRD estableció una alianza electoral
con el PRSC, el partido fundado por Balaguer, para competir en las elecciones
legislativas y municipales de 2006. Pero la llamada «Alianza Rosada» resultó
fallida, básicamente porque articulaba a dos partidos históricamente
enfrentados que, más que unirse, necesitaban relanzarse. Muchos precandidatos
del PRD se negaron a ceder sus nominaciones a los postulantes del otro partido.
En
2008, la situación también se presentaba difícil. Suele tomar cierto tiempo
recuperar la popularidad después de un gobierno que concluyó con una crisis
económica tan grave como la de 2003-2004. Sin embargo, no fue solo por el
recuerdo negativo de los últimos años de la presidencia de Mejía por lo que el
PRD terminó derrotado, sino también por errores de campaña que impidieron
mejorar significativamente su posición.
El
primero fue adelantarse en la selección de Miguel Vargas Maldonado, un rico
empresario que había sido secretario de Obras Públicas de Mejía, quien fue
tempranamente consagrado como candidato. Aunque aportaba recursos económicos,
Vargas Maldonado nunca había ocupado un cargo electivo, carecía de ascendiente
en las masas perredeístas y no contaba con una historia política que le
permitiera ganar el apoyo de sectores ajenos al partido. El PRD debió hurgar
más en sus filas para identificar una figura con capacidad de inspirar
políticamente a los votantes.
Con
esta decisión, el PRD abandonó una vez más la posibilidad de construir una
alternativa política con un fundamento ideológico socialdemócrata. Prefirió el pragmatismo
político apostando a un candidato que aportaba recursos económicos para
mantener la maquinaria partidaria en movimiento, pero que no pudo liderar un
proyecto político renovador y progresista.
El
otro error fue la zigzagueante estrategia de campaña. En un principio, se lanzó
una ofensiva mediática que presentaba a Vargas Maldonado y difundía ampliamente
sus propuestas de políticas públicas orientadas al empleo y la educación. Sin
embargo, al poco tiempo, la dirigencia del PRD comenzó a ocupar el centro de
atención denunciando actos de corrupción del gobierno de Fernández, con lo que
el programa del candidato quedó opacado.
Por
otra parte, el PRD no logró responder de manera contundente al discurso central
de campaña del PLD, sintetizado en el eslogan: «Cuando el PRD sube, el país
baja». Frente a esta crítica, la dirección del PRD y su candidato presidencial
se mostraron incapaces de asumir una defensa de la historia del partido, al que
los propios dirigentes miraron como una fuente de problemas más que como un
emblema a enaltecer. Esto quedó muy claro en la publicidad electoral, en la que
las iniciales MVP (Miguel Vargas Maldonado) resaltaron sobre la sigla PRD.
Finalmente,
el PRD cometió el error de recurrir intermitentemente a la figura de Mejía. Luego
de la muerte de Peña Gómez, el ex-presidente sigue siendo el único líder
partidario de alcance nacional, pero su figura genera un alto nivel de rechazo
en un amplio segmento de la población. Si se quería utilizar a Mejía para
movilizar al electorado perredeísta, debió habérsele asignado un papel
importante desde el principio de la campaña, de manera que se obtuvieran
rápidamente los beneficios y se minimizaran los costos. Pero si la idea era
excluirlo de la contienda, Mejía debió mantenerse siempre a distancia.
El
reto principal que enfrentó el PRD en las elecciones del 16 de mayo de 2008 fue
demostrar que podía ampliar su base electoral de 2004. Lo logró. Subió seis
puntos, de 34% en 2004 a 40% en 2008. Sin embargo, perdió las elecciones frente
al presidente Fernández, del PLD, que obtuvo 54% de los votos. Como en otras
ocasiones, el PRD ha intentado maquillar su derrota. En esta oportunidad, el
argumento fue que el gobernante PLD había ganado las elecciones gracias a la
utilización de los recursos públicos. Aunque el dispendio fue real, la
diferencia de votos entre ambos partidos fue significativa, de casi 14%, por lo
que el clientelismo político no alcanza para explicar la derrota.
El PRD hacia el futuro
La
perspectiva del PRD es difícil. Su ciclo de «partido vanguardia» de los 60 y
70, cuando primaban los ideales políticos, está agotado, pero también su ciclo
de «partido víctima», expresión de la deuda histórica que un sector importante
de la sociedad sentía con el liderazgo injustamente cuestionado –en buena
medida por el origen haitiano y color de piel– de Peña Gómez. No puede ser ya
la vanguardia política porque su lucha histórica por la competitividad
electoral se materializó, y porque durante sus gobiernos el país no avanzó
hacia la construcción de un ideal redistributivo de corte socialdemócrata como
el proclamado en sus campañas. Y no puede victimizarse, porque ha cometido los
errores que critica a otros partidos, entre ellos la corrupción y el
clientelismo.
Socialdemocracia»
fue el término que utilizó el PRD en los 70 para relanzarse electoralmente
frente al conservador Balaguer. La apelación a estos ideales contribuyó a que
el partido se tornara potable para amplios sectores de poder nacional e
internacional y, además, ayudó a renovar ideológicamente sus cuadros más
progresistas. Sin embargo, a pesar del destacado rol de Peña Gómez en la
Internacional Socialista, los ideales socialdemócratas no se materializaron
cuando el PRD estuvo en el poder.
Desde
1998, el PRD ya no cuenta con el liderazgo de Peña Gómez. En su doble condición
de líder de masas y víctima del racismo, Peña Gómez había mantenido vigente al
partido incluso en medio de los fracasos gubernamentales. Sin dudas, la
construcción del personaje político de Peña Gómez dio muchos frutos electorales
al PRD. Por ejemplo, sería imposible entender las victorias perredeístas en
1998 y 2000 sin tomar en cuenta la popularidad de Peña Gómez, manifestada
incluso luego de su fallecimiento. En ambas ocasiones, el PRD logró capitalizar
el voto del electorado antibalaguerista. En este sentido, podría decirse que
las elecciones de 1998 y 2000 representaron las últimas venganzas del
electorado antibalaguerista contra Balaguer.
Ahora,
vacío de contenido ideológico y sin un líder capaz de articular ideas, generar
sentimientos de simpatía y buscar acuerdos, el PRD tendrá que hacer un gran
esfuerzo para no verse reducido a una red de traficantes políticos que
sustentan su proyecto partidario en meros objetivos económicos. No se trata de
un problema nuevo. Existía desde la época de Peña Gómez. La diferencia radica
en que anteriormente el partido retenía cierto colorido ideológico. Pero la
mayoría de los discípulos de Peña Gómez se dejaron arrastrar por el
reeleccionismo de Mejía, cuando en aquel momento el deterioro económico e
institucional del país exigía la formación de una corriente interna crítica que
lograra salvar al PRD de la hecatombe electoral de 2004 y del predominio de un
craso pragmatismo.
El
PRD sigue atrapado en las luchas internas y no parece encontrar la forma de
energizarse ideológicamente. Podrá seguir funcionando como maquinaria
electoral, e incluso podría ganar nuevas elecciones. Sin embargo, sus gobiernos
difícilmente alcanzarán éxito si el partido no articula un cuerpo de ideas y
proyectos de transformación que pueda ejecutar con efectividad, y si no forja
líderes comprometidos con la renovación social de la República Dominicana.
CONCLUSIÓN
Al
finalizar la presente investigación deja como enseñanza que la perspectiva del PRD es difícil. Su ciclo de «partido
vanguardia» de los 60 y 70, cuando primaban los ideales políticos, está
agotado, pero también su ciclo de «partido víctima», expresión de la deuda
histórica que un sector importante de la sociedad sentía con el liderazgo
injustamente cuestionado –en buena medida por el origen haitiano y color de
piel– de Peña Gómez. No puede ser ya la vanguardia política porque su lucha
histórica por la competitividad electoral se materializó, y porque durante sus
gobiernos el país no avanzó hacia la construcción de un ideal redistributivo de
corte socialdemócrata como el proclamado en sus campañas. Y no puede
victimizarse, porque ha cometido los errores que critica a otros partidos,
entre ellos la corrupción y el clientelismo.
Socialdemocracia»
fue el término que utilizó el PRD en los 70 para relanzarse electoralmente
frente al conservador Balaguer. La apelación a estos ideales contribuyó a que
el partido se tornara potable para amplios sectores de poder nacional e internacional
y, además, ayudó a renovar ideológicamente sus cuadros más progresistas. Sin
embargo, a pesar del destacado rol de Peña Gómez en la Internacional
Socialista, los ideales socialdemócratas no se materializaron cuando el PRD
estuvo en el poder.
BIBLIOGRAFÍA
https://www.google.com/search?q=LOS+GOBIERNOS+DEL+PRD&source=lmns&bih=873&biw=1280&client=firefox-b-d&hl=es-419&ved=2ahUKEwiCvpiM9ufnAhXI0VMKHVAQB48Q_AUoAHoECAEQAA